Espejos de realidad: Perú

Gabriela CANAT

Espejos de realidad: Perú

“Las mujeres peruanas no son conscientes de los malos tratos por causas culturales y religiosas”

Hace 45 años, una niña de nueve abandonaba, junto a su familia, el pueblo donde había nacido en los Andes. Ella no sabía todavía que en su nuevo destino debería compartir espacio y costumbres con más de un millón y medio de habitantes, y descubriría además la inmensidad del Océano Pacífico. Entonces, la pequeña Gabriela aprendió un nuevo adjetivo: “complicado”. Esta palabra, presente en la mayoría de los comentarios de la Gabriela adulta, invita a pensar que su vida no ha sido un camino fácil desde que bajó de la sierra. Sin embargo, el adiós a su pueblo le brindó, además de numerosas oportunidades, la posibilidad de convertirse en una mujer independiente en un país, Perú, que “prioriza al varón”.

El adiós a los Andes en busca de un futuro mejor

¿Qué llevó a la familia de Gabriela a abandonar los Andes o la Sierra, como los llaman los peruanos? Ni más ni menos que el porvenir de la niña y de sus hermanos. A pesar de parecer “complicado”, la familia lo consiguió porque el padre era juez y pidió el traslado a Piura, capital costera de la región del mismo nombre. Actualmente es una de las áreas metropolitanas más pobladas de Perú después de la capital, Lima, con 1,8 millones de habitantes. “Mis padres pretendían que estudiáramos en centros escolares de calidad y pudiésemos cursar estudios universitarios,” puntualiza al tiempo que deja claro que fue posible porque su familia pertenecía a “una clase privilegiada”. Pese a todo fue “complicado”. “Ser migrante de la sierra a la costa resultó difícil. Se reían de mí por mis características físicas (tenía, entre otras cosas, las mejillas muy rojas), además, existía una diferencia educativa tremenda. Sentía mucha vergüenza”. Gabriela conoció por primera vez el racismo y el clasismo, en su propio país.

En Piura, sus padres la matricularon en un colegio privado religioso “elitista y sólo para chicas”. También fue difícil. “Durante los últimos años que pasé en el colegio nos prepararon para ser mujer de nuestras casas”. En el caso de Gabriela, estas enseñanzas cayeron en saco roto. Precisa: “No estoy casada y no tengo hijos”, aunque añade que no tener un marido también “es complicado”. Sin embargo, opina que los estudios que cursó de secundaria en este colegio le brindaron la oportunidad de llegar a la universidad. Afirma que tuvo suerte y que el ingreso en un centro universitario público le permitió salir de un entorno muy cerrado y “conocer Perú”.

La violencia, un problema cultural

Estudió Administración de Empresas. Actualmente es la directora del Centro de Apoyo a Niños y Adolescentes, CANAT. Se trata de una asociación civil impulsada por la Compañía de Jesús, en Piura. Esta asociación se centra en la defensa de los derechos de los niños y niñas, y adolescentes trabajadores en situaciones de riesgos y/o exclusión social. Cuando Gabriela habla de estos niños y adolescentes vuelve a usar la expresión “situación complicada”. Explica que la ciudad de Piura, que brinda muchas posibilidades de trabajo, atrae la inmigración interior del país. “Hay mucho machismo, mucha violencia familiar y mucho analfabetismo”, precisa la directora del centro. Además, los embarazos juveniles son habituales. A todo ello hay que añadir el trabajo infantil femenino, un trabajo femenino soterrado”.

“Las mujeres peruanas, en su mayoría, se encuentran en situación de vulnerabilidad. En el campo no tienen las mismas oportunidades que en las ciudades. Además, son víctimas de un tema cultural y religioso que les impide ser conscientes de que muchas de las cosas que les ocurren son malos tratos por parte de sus parejas”.

Gabriela podría contar muchos retazos de las vidas de algunas de las mujeres que acuden al centro de apoyo que dirige para ilustrar “el problema cultural de los malos tratos”. De hecho, afirma: “yo he visto de todo”. Revela parte de la historia estremecedora de una de ellas.  Su pareja, después de darle una paliza de muerte, prendió fuego a la casa donde se encontraba con su bebé y la sacó a la calle donde siguió golpeándola salvajemente. La mujer escapó de milagro a la muerte y llegó al centro de apoyo en un estado lamentable. Le ayudaron en todos los ámbitos de la vida. Llegado el momento se marchó de Cannat. Dos años después, Gabriela la encontró por la calle. Portaba un bebé en brazo. A la pregunta si era suyo contestó que sí, de ella y de su marido. Gabriela no daba crédito a lo oído y siguió recabando información sobre lo sucedido. La mujer le explicó que había vuelto con su marido porque le había comprado dientes de oro para sustituir los que le había roto. Además, insistió en que era buena persona.

Gabriela subraya que “existe una gran dependencia emocional de las mujeres porque, en esta sociedad, no vales nada si no tienen un marido”. Además, muchos de ellos practican la poligamia y “tienen hijos por todos los lados”.

Los cambios hacia la igualdad

Gabriela quiere dejar claro que “a lo largo de los últimos 30 años se ha progresado”. Por ejemplo, por parte del Estado que ha instaurado campañas de educación sexual. Pero, “existe una fuerte corriente conservadora por parte de la Iglesia que está entorpeciendo los cambios”.

Otro de los importantes progresos fue la promulgación de la Ley contra la violencia de género y de igualdad de oportunidades, en 2015.

A pesar de que los progresos son lentos y dificultosos, “hay cambios”. La pandemia ha hecho aflorar la sororidad entre las mujeres trabajadoras. Una vez más y como ocurre en numerosos países, ellas son las que están sacando adelante sus familias y “las de las demás”. “En los barrios, las mujeres se han organizado. Cocinan para todo el vecindario para que nadie pase hambre”. Ellas palían en todo lo que pueden el efecto devastador del Covid 19 en su comunidad.

Pero, los cambios no han alcanzado todavía la igualdad dentro de los sectores profesionales, una situación que no parece muy distinta a la que se vive, por ejemplo, en muchos países europeos.

Gabriela confiesa que le ha tocado demostrar un día tras otro que “eres una buena profesional”. Añade: “tienes que trabajar y trabajar, mucho más que los compañeros, para conseguir un puesto directivo. Ella lo ha conseguido a base de “esfuerzos y esfuerzos”, una circunstancia que, confiesa, “me llena de orgullo”.

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